Reptó entre los cascotes, sin contener la queja, y presa de un aturdimiento que por momentos lo hizo delirar. Supo que estaba en una guerra, y que las bombas explotaban dejando tras de sí un silencio breve que pronto se veía rebasado de órdenes inexplicables y griterío general. Se vio entre paredes derrumbadas y sintió el peso de kilos y kilos de escombros que caían en tropel. Y el maldito pitido poblando el infierno, un infierno de sangre, fuego y más chillidos. Instintivamente llevó la mano a cierta parte de su cuerpo sin saber adonde iba, y bramó un sonido áspero, desquiciado, salido de las mismas fauces del dolor. Apenas tocó la herida quedó envuelto en un silencio sepulcral que le revolvió el estómago. Pudo observar los restos, entre mareado y atónito, pero sin escuchar nada. ¡Qué paz!
Como cada mañana desde hacía meses, salió de la biblioteca aturdido de recuerdos y abombado por la realidad: ningún diario lo mencionaba entre la lista de desaparecidos. Ya no sabe qué hacer para demostrar que el día del atentado él estaba ahí dentro. Recién había llegado a Buenos Aires para trabajar en la construcción; sus colegas le habían asegurado que no había de qué preocuparse, que ser ilegal en Argentina no era problema.
Mónica Marenda
No hay comentarios.:
Publicar un comentario