Mónica Marenda
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Sentada en una silla enana, cuidando para no manchar su impecable traje azul, María elige pinceles de una caja llena de lápices de colores, crayones y acuarelas. Está rodeada de niños de tres años, que van de un lado a otro de la sala muy alegres y excitados. Algunos tienen sus manitos embadurnadas de pintura, otros aprietan un manojo de hilos, y otros han llenado de botones los bolsillos del delantal. Es una de las jornadas artísticas que organiza para la familia el jardín "La hormiguita viajera"; la de hoy es con los tíos, quienes están armando la maqueta de un paisaje junto a los chicos. El material, que éstos han traído de sus casas en días anteriores, está desparramado por toda la sala, y tanto chicos como adultos se han puesto manos a la obra tirados en el piso. Manuel, el sobrino de María, recorta con esfuerzo un círculo de papel glasé color amarillo. "Es un sol para colgar del cielo", le dice, mientras los demás seleccionan cartones, trozos de lanas y retazos de tela. María permanece sentada en la silla enana, preguntándose de dónde hubiera sacado tantas porquerías si ella tuviera hijos. Los otros tíos, en cambio, demuestran que sí saben qué hacer con esos desperdicios, y con los niños. Ella ve con qué dedicación los ayudan cuando los chiquitos abollan hojas de periódico para crear las montañas o forman bolitas de algodón para simular la nieve. María es abogada, y en su despacho tampoco sobran cosas. Tres niños en el fondo salpican de celeste y blanco el rectángulo de cartón descuajeringado que hasta hace instantes era una caja; tienen pintura hasta en las orejas. Manuel está con ellos, el sol agarrado con dos dedos. María se levanta, le quita con su pañuelo una mancha de pintura del cachete y le indica en qué lugar del cielo podría ir el sol.
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