Yo vi la luz
Agradecemos a Gustavo Averbuj, que nos hizo llegar este texto de Mónica: Otro de sus Newsletters para Ketchum comunicación.-
Bueno, en verdad no es técnicamente así. Pero parece que la vida se empeña en querer acercarme a ella cada vez más: Primero fue un accidente de autos que me dejó bastante golpeada y ahora es un tumor que ha sembrado en mí, nuevamente, esa horrible idea de que no soy inmortal. Tengo cáncer. Así de simple y de terrible.
Sin embargo, y a pesar de la certeza de tener la espada de Damocles rondando en las cercanías, mi ánimo está por las nubes. ¿Maravillas del análisis? ¿La fuerza del amor? ¿Mis gatos que no me dejan ni a sol ni a sombra? (cada vez tengo un espacio más reducido en la cama). Todas estas circunstancias y la Poesía.
Sí, ese género literario que hasta hace poco no figuraba en mis elecciones, ni para leer ni para escribir. Pero resulta que la enfermedad ha logrado disgregar mi atención de cualquier texto que supere una página, y lo que no puede una novela lo logra un Puema, como decía Doña Petrona.
Es así como, en un estado de vorágine poética, no puedo dejar de leer poemas. Y paso de Alejandra Pizarnik a Juan Gelman, o de Oliverio Girondo a Olga Orozco, sintiendo cada palabra como una daga que penetra en mis entendederas de manera tan visceral como un cuchillo en el medio del estómago.
Ya el año pasado me había animado a la poesía, con mucha vergüenza y respeto. Pero luego del feroz descubrimiento en mi cuerpo, la poesía se hizo necesaria, casi tan terapéutica como esas drogas duras que cada 20 días me obligan a entregarme por mi bien.
Con vergüenza, y esperando su respeto, les presento una de mis últimas creaciones. Tengan piedad de esta poeta recién nacida y sepan comprender sus balbuceos.
Mónica Marenda