Paisaje

Sentada al borde del embarcadero, con los pies cayendo levemente sobre el agua, ella se convertía ante sus ojos en el espejo invisible del otro lado. ‘Debería verse siempre así’, le dijo. ‘Gris, como demacrada’, insistió, con la intención de que aquella frase lograra inquietarla. Hubo un silencio y otro. El entornó los párpados y volvió a mirarla; el pelo negro contrastaba, irremediable, con los albores de su cuello, y sin embargo la notaba en perfecta armonía con la niebla. El vaporetto dejaba tras de sí un oleaje calmo cuando él percibió, por un recorte de las sombras, cómo su piel se estremecía. Estaba seguro de que estos hombros habían sido tallados por si acaso para tal circunstancia: para interrumpir la diagonal de su mirada, para impedir una visión plena de allá enfrente, en donde apenas divisaba una columna y una estatua. Ahí arriba, el león con las alas desplegadas en solemne intransigencia tampoco parecía dar importancia a la llovizna. Bajo aquella luz, el perfil gótico de la ciudad le recordó a la tristeza. Pensó que esos edificios y su espalda formaban la imagen perfecta del ocaso.

Mónica Marenda

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