Sin mirarlo, temiendo que su reacción la hiciera cambiar de idea, Mara giró la cabeza y miró a través de los cristales. Estaban sucios.
-Ya lo hemos conversado, coincidimos en usar estos meses para pensarlo mejor, inclusive hasta prometí no llamarte todos los días… Te quedas aquí sola para que me vaya con culpa y no te das cuenta de que así empeoras las cosas.
Carlos nunca había sido un tipo agrio. Pero cada día que pasaba desde la última Gran Charla hacía que su carácter se pusiera gris, pegajoso, como esa mugre que se acumula imperceptible en lo alto de las paredes y que uno sólo descubre cuando pasa el dedo. Metió en la maleta el pantalón negro doblado en cuatro y comenzó a revisar la biblioteca. En el viaje no iba a leer sobre ingeniería, eso lo tenía decidido.
-Si me llevas al aeropuerto podríamos parar en aquel restaurante de la última vez. Tienen una carta de vinos bastante interesante ¿te acuerdas?, sugirió sin dejar de mirar los libros.
-Sabes muy bien que no tomo si luego tengo que manejar. Y apúrate, que no tendrás tiempo de pedir lugar preferencial… Que Dios te ampare 10 horas acurrucado en esos asientos… Te podrían haber sacado un billete en Primera ¿o no eres un alto ejecutivo?, le lanzó. Estaba tan cerca de la ventana que la bocanada de aire caliente se estrelló contra el vidrio, empañándolo. Casi instintivamente, su dedo comenzó a dibujar. Carlos se acercó por detrás y la cogió de la cintura. Ella intentó un gesto para librarse pero sus manos siempre habían sido poderosas en esa zona.
-Ven conmigo, dijo a media voz, oliéndole el cuello. Hagamos el esfuerzo de creer, de poner esperanza…
-Já! Parece que estás puliendo el lenguaje…, dijo sin darse vuelta, también en un susurro, sintiendo cómo se alejaba más y más. La embriagaba subir al éxtasis desde la amargura, aunque no lo supiera todavía.
Mónica Marenda
No hay comentarios.:
Publicar un comentario