A mitad de camino



"Cold Mountain"


Director y Guionista: Anthony Minghella.
Productores: Sydney Pollack, William Horberg, Albert Berger y Ron Yerxa.
Intérpretes: Jude Law, Nicole Kidman, Renee Zellweger, Donald Sutherland, Eileen Atkins, Philip Seymour Hoffman, Natalie Portman.
Género: Drama épico-romántico.
Nacionalidad: Estados Unidos, 2003.
Duración: 155 minutos.

El amor es una flecha certera que tanto en la literatura como en el cine ha dejado su herida romántica tan abierta como para que todos los años se escriban novelas –o guiones- y se filmen unas cuantas películas cuyo tronco argumental es el propio amor. Para todos los gustos, la cinematografía mundial ha creado historias romántico-felices, romántico-intelectuales, romántico-dolorosas: en tragedias o comedias, el amor sigue siendo la gran excusa para contar.
Cold Mountain está basada en la novela homónima de Charles Frazier, primer Best Seller del escritor en 1997 y ganadora del National Book Award. Relato moral hecho y derecho, Cold Mountain se inscribe en la saga de películas romántico-épicas en las que la mayoría de sus protagonistas son héroes, aunque las cotidianas imágenes se empeñen en demostrar lo contrario. Héroe Jude Law, un soldado que pelea por el Sur en la Guerra de Secesión norteamericana, que mata -piadosamente la mayor parte de las veces-, pero que por un amor profundo deserta y emprende su propia odisea en el regreso a casa. Heroína Nicole Kidman, que logra sobrevivir en un mundo inhóspito y desconocido con la entereza que exigen las circunstancias, tornándose ella a su vez en la que nunca deja de esperar a su amor, quien más que una realidad es una construcción cosida puntada a puntada con hilvanes de palabras. Señales que ella escribe vanamente a su amado y que lee en novelas paradigmáticas como ‘Cumbres Borrascosas’, publicada en una Inglaterra puritana y distante pocos años antes del tiempo histórico en el que se desarrolla la acción de la película. Heroína Renée Zellweger, que llega justo a tiempo para rescatar a la pobre Nicole, sumida en el ostracismo y la autodestrucción.
Pero, ¿es posible hacer creíble una historia cuando sus personajes parecen en todo momento como recién salidos del set de maquillaje? ¿Es posible que las imágenes de estos personajes no queden fijados en su belleza si detrás hay, todo el tiempo, planos amables, aún en la guerra, aún en la atrocidad, aún en la hambruna? ¿Es posible creerle a un director que decide una música incidental tan correcta como previsible?
Anthony Minghella no es norteamericano, más bien de las tierras de Emily Brontë, pero se nota que filmar en Hollywood le apasiona. Al menos eso ha demostrado en sus dos superproducciones anteriores: "El paciente inglés" y "El talento de Mr. Ripley", dos perfectos dramas hollywoodenses, de buena factura pero demasiado perfectos para hacerse creíbles. De nuevo.
El mismo director y guionista lo ha admitido: "soy un obsesivo con las imágenes". Y como se sabe, el cine no es una escena pictórica. El cine es, por definición, acto, movimiento, relato. En Cold Mountain se trata de una gran pintura épico-romántica que, plano a plano, nos lleva con un tempo repetitivo desde el escenario de la guerra a la retaguardia, de una Cold Mountain cruel pero bucólica a un camino desvastado, perseguido, derrotado en esas siempre bellas tierras del sur. Y sobre todo, nos conduce en un tiempo muy extenso (dos horas y 55 minutos) para llegar al final anticipado y a una última escena demasiado condescendiente con el espectador. La vida se modifica, dice la película, pero continúa y se confirma.


Para muchos, Minghella habrá dejado su marca certera. Para otros, habrá olvidado definir mejor las contradicciones de los personajes, habrá descuidado exponer un mensaje pacifista más claro, habrá dejado en el tintero construir una historia romántica potente, de esas que dejan una herida de amor que no se sana hasta mucho después de la frase final.


Mónica Marenda

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