ADJETIVO, QUE ME HICISTE MAL...




La semana pasada, mientras esperaba para ver por América algún programa que me interesara, tuve la oportunidad de escuchar el discurso con el que Andy Kusnetzoff intentaba vender uno de los engendros para voyeurs que inundan la pantalla local: El Bar. Por alguna razón que no podía dilucidar, el speech de Andy no me atraía para nada, es más, hasta llegaba a sonar insoportable y hacía que cambiara de canal ni bien veía su raro peinado nuevo (vieron que tenía como un batido?). Por supuesto, jamás me interesó observar, al menos una vez, el engendro que estaba de oferta. Hasta que una noche, la neurona de guardia en mi cerebro se puso en movimiento y llegué a una conclusión que aclaró mis ideas:
Andy usaba demasiados adjetivos para convencer a los televidentes de que su programa era el más caliente de la temporada reality show. "No se vayan porque hoy..., qué les puedo decir..., hoy tenemos un programa increíble, no se imaginan lo fuerte que va a estar, si ayer les pareció caliente, no tienen idea de lo que es caliente, quédense porque hoy los chicos del bar están desatados.
Im-pre-sio-nan-tes, in-cre-í-bles las declaraciones de Cacho; y el strip tease de la peluquera, ratoneante y caliente como nunca, no se lo pierdan, quédense que van a ver un programa insólito, con imágenes asombrosas..."

En fin, más de uno podrá decir que en la guerra del rating, todo es válido. Hasta un discurso vacío de contenido. En nuestro trabajo, como en algunas oportunidades el contenido escasea, debemos escribir con argumento, para que la información que brindamos no esté viciada de nulidad. Por eso los adjetivos son un arma de doble filo: por un lado 'embellecen' el discurso pero por el otro, lo convierten en un agujero negro imposible de reproducir.

"La cena de Fin de Año en el Restaurante Carapachay es la más importante de las que se realizan en Buenos Aires. Allí se podrán degustar riquísimos platos que emulan las típicas cenas navideñas de exóticos parajes del mundo entero. Todo acompañado por bebidas espirituosas que harán que su noche de fin de año sea inaudita, irreproducible, maravillosa e inolvidable. Venga, que Restaurante Carapachay cumple y dignifica". No sé ustedes pero yo, ante una gacetilla de este estilo, diría 'vade retro', tanto si fuera responsable de publicarla en un medio como si fuera un comensal que está por decidir adónde comer la noche del 31.

Muy distinto es escribir: "La cena de Fin de Año en el Restaurante Carapachay promete un menú para los paladares más exigentes. Se podrán degustar platos que emulan las cenas navideñas de diversos países europeos. Entre los manjares habrá centollas con caviar negro, "Virgin Ham" con manzanas glaseadas y papas al horno, y pechuga de faisán asada servida con salsa de frutos del bosque y manzana rellena con hongos salvajes. Todo acompañado con vinos Saint Felicien Cabernet Sauvignon y Chardonnay, y champán Don Perignon".
¿Se les hizo agua la boca? Si es así, ¡el mensaje dio resultado! Si no, les recomiendo mirar la publicidad de El Bar.
Quizás mis neuronas me declararon la guerra y la única aliada, esa que me advirtió sobre la adjetivación del blondo conductor televisivo, hoy es una pobre y machucada célula a la que el vil ejército desertor mata de a poco con dosis impresionantes, increíbles, rimbombantes, maravillosas de Adjetivol, la droga de los que siempre dicen nada.
Un lingüista por aquí...


MoMa

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