EL TONTO MÁS TONTO DE LA CLASE
Por las mañanas entraba en el aula arrastrando los pies, como si el peso de un porvenir incierto al que intuía no poder pertenecer nunca lo desalentara desde atrás pero haciéndolo avanzar irremediablemente. Con 12 o 13 años tenía la fisonomía de un adulto, era alto y fornido, y su torpeza se distinguía tanto en los movimientos físicos como en la inercia de su mente. Era raro no verlo sonreír, incluso desde sus ojos de sapo. Por lo que recuerdo, no hubo una travesura propia de aquellas edades tontas que nuestros maestros no descubrieran gracias a la acción casual de Marcos. Un psicoanalista hubiera dicho: acto fallido. Pero en esos tiempos nada sabíamos de los trucos de la inconciencia. Nuestros sentimientos hacia él eran contradictorios, aunque ninguno lo admitiera; por un lado nos burlábamos, por el otro, le temíamos. Quizás era por sus calificaciones, que a veces superaban a las nuestras. O por sus manos gigantes, después de que intentó bajar de la medianera a un gatito apretándole desmesuradamente el cuello.
LA TÍPICA RUBIA Y GUAPA QUE LIGA CON TODOS LOS TÍOS
Martina se mira por cuarta vez para ver cómo le queda el vestido. Aunque desde el primer momento sabe que le sienta perfecto, le encanta observar su imagen una y otra vez. Si no fuera porque sus padres la han obligado a estudiar, ella hubiera escogido ser modelo. Todo ese glamour, todo ese dinero, sin pensar, sin hacer esfuerzos. Sólo mostrando los trazos hermosos de un cuerpo insuperable. El pelo color champán cae pesado sobre uno de sus ojos y desde esta posición se tira un beso al espejo. Instintivamente mueve sus curvas, con ansias seguras, gozando del éxito anunciado. Como cada vez que sale, imagina el perfil del hombre que la traerá a casa luego de beber todas sus delicias. Sabe que entre tantos, habrá uno que se ajuste a sus deseos más íntimos.
La noche está fresca, buena señal para descartar cualquier indicio de lluvia. La fiesta es en un parque de césped mullido, fuentes de aguas armoniosas y antorchas. Martina hecha un vistazo a la gente, que se pasea de un lado a otro en perfecta sintonía con el ambiente. Menos aquel gordito bastante mal vestido que observa, quieto, su copa de cava, como si entre las burbujas adivinara un futuro que ya está cerca.
EL TÍPICO PADRE AUTORITARIO
La mano que pasa y repasa el lomo reluciente del alazán de Don Pedro es grande y áspera. Ha sido tallada para el campo, en donde no penetran las espinas de los cardos ni el aguijón de los bichos. Sin embargo, el potro se deja acariciar con placidez; el cuero duro de la palma parece generar, al frotarse contra el espinazo del animal, un efecto sedativo en ambos. Es la diestra, la misma que Don Pedro golpea sobre la mesa cada vez que se dirige a su hijo. Mero puñado de potestad ejercida con los dedos.
EL TÍPICO PROFESOR DEL QUE TODOS SE RÍEN PORQUE ES DÉBIL
Tenía unos pocos pelos largos, que pegaba con gomina de un lado a otro del cráneo para disimular su calva. La comisura de los labios siempre estaba blanca, producto de un discurso monocorde y baboso que mascullaba con la vista fija en un punto al fondo de la clase. Los alumnos habían descubierto un truco: cada vez que lo interrumpían con una pregunta, el tipo se restregaba la boca con un pañuelo arrugado. Y parecía no percatarse de que, al mismo tiempo e invariablemente, un mechón se le despegaba de la calva. Qué hubiera sido de nuestras horas adolescentes sin la diadema dura y brillante de aquel profesor de historia.
Mónica Marenda
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