DESPIDO

Un simple chasquido de dedos puede cambiar una vida. O al menos esa es la sensación que recuerdo de aquel día, cuando de golpe, ante un simple chasquido de dedos de 5 de los jefes, los demás, unos 50, nos levantamos y nos reunimos en el centro de la oficina. En realidad faltaban Susana, Rosa y Patricia, las tres del mismo departamento, Rosa y Patricia coordinadora y directora respectivamente, Susana una de sus ejecutivos de cuenta.

A Susana la habían contratado hacía tres meses con bombos y platillos: "Es la candidata ideal, tiene contactos, se codea con lo más alto de la sociedad española y hace diez años que viene trabajando para este mercado", había dicho Rosa. Con ese perfil, nadie dudó de que la chica pudiera hacer carrera. Ahora estamos aquí, cuando una orden ejecutada desde unos cuantos pares de dedos coordinados ha decidido transmitirnos la señal de ir hacia el centro de esa oficina típica de empresa exitosa actual, inmensa, diáfana, ocupada sólo por ordenadores y personas, sin otros gastos superfluos, si casi ni se notan los escritorios porque aquí venimos a pensar y a comunicar lo mejor posible lo que corresponde. Avanzan las personas, los ordenadores quedan encendidos, algunos aguantan hasta el último momento para ponerse de pie y dejar por la mitad esa nota de prensa o aquella propuesta de lanzamiento que esta tarde, sí o sí, hay que entregar al cliente. Las personas nos agrupamos naturalmente en un círculo siguiendo la línea del grupo de jefes, que se han ubicado codo a codo formando una barrera como las de los jugadores de fútbol antes de que el contrario patee la pelota. Le seguimos nosotros, las personas. Detrás quedan los ordenadores con sus pantallas titilantes, como a la espera ellos también de alguna señal que les indique seguir guardando información, procesando textos, avisando cuando hay un error de ortografía, o tildándose, es decir, quedándose en blanco, encaprichados en no seguir adelante.

Uno de los jefes toma la palabra, sus colegas asienten en silencio con gestos compungidos pero con la expresión de los que saben algo y disfrutan de la exclusividad, leve arrebato que los hace dueños de la versión a revelar. Ese jefe dice en voz baja algo así como que la empresa se ha equivocado, que Susana resultó ser lo que no era, y que francamente consideramos que está loca, loca de trastorno psíquico, y que por eso Rosa y Patricia le estaban diciendo, en ese momento, que lamentaban tener que comunicarle que habían hecho mal los cálculos y que en realidad el volumen de negocios no era tan importante como para que ella tuviera cuentas a cargo, que en cuanto las cosas se normalizaran seguramente la llamarían de nuevo, que su experiencia, que sus contactos, que… Nos observamos unos a otros abandonados en la paradoja de la comunicación; sólo César, el chico alto de Tecnología, dijo si algún día me toca, quiero saber la verdad.

No hizo falta ningún chasquido de dedos para que todos volviéramos a nuestros asientos, a dar con la tecla que nos devolviera al trabajo que habíamos dejado unos minutos antes, cuando Susana atravesó la oficina hacia la sala de reuniones, junto con Rosa y Patricia, supuestamente para tratar un tema del cliente.


Mónica Marenda

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