(Nota suplemento Mujer – Diario Clarín - 1998).
En el 2000 van a cumplir 20 años, aunque muchas de ellas ya sean mujeres maduras que han sobrepasado los 50. Dentro de dos años van a seguir trabajando como hasta hoy, a fuerza de pelear día a día con la crisis económica que sabe muy poco de esperanza. Porque ellas saben mejor que nadie que, si la fe mueve montañas, la solidaridad enciende locomotoras: lo viven en carne propia. Son nueve mujeres que cada quince días ponen en marcha un tren sanitario para los chicos, llevando a aquellos pueblos olvidados del país un equipo de médicos, odontólogos, enfermeros y asistentes sociales que los protege de su desamparo al menos una vez al año.
A principios del 98 salieron de la rutina porque se impuso la urgencia de la realidad y enviaron el tren para socorrer a los inundados. De vuelta en casa, dieron licencia a los traqueteados vagones y los acondicionaron como para que duren otras dos décadas. Así, el próximo 6 de noviembre el tren pediátrico sanitario Alma va a iniciar el viaje número 127 de su historia, esta vez a Formosa, con chapa y pintura nuevos. Y, a juzgar por el espíritu de las organizadoras, con el ímpetu renovado.
"Sabemos que esto no es la solución, pero si no vamos nosotras, no hay nada", comenta Noemí de Andrade, presidenta de la Fundación que bautizó al tren. Ella, junto a sus ocho compañeras, es la encargada de armar el equipo de dos pediatras, dos odontólogos, una asistente social, un radiólogo, un enfermero y un laboratorista que en cada viaje atienden a 500 chicos desde que nacen hasta los 14 años. Con los adultos sólo realizan tareas de prevención, para lo cual cuentan con aliadas insustituibles en cada lugar que visitan. "Las maestras son las mejores colaboradoras", dice Noemí sin dudar. Sin ellas sería imposible que los chicos sigan cepillándose los dientes o que la gente siga cocinando recetas con materia prima de la zona una vez que el tren parte.
Mónica Marenda
En el 2000 van a cumplir 20 años, aunque muchas de ellas ya sean mujeres maduras que han sobrepasado los 50. Dentro de dos años van a seguir trabajando como hasta hoy, a fuerza de pelear día a día con la crisis económica que sabe muy poco de esperanza. Porque ellas saben mejor que nadie que, si la fe mueve montañas, la solidaridad enciende locomotoras: lo viven en carne propia. Son nueve mujeres que cada quince días ponen en marcha un tren sanitario para los chicos, llevando a aquellos pueblos olvidados del país un equipo de médicos, odontólogos, enfermeros y asistentes sociales que los protege de su desamparo al menos una vez al año.
A principios del 98 salieron de la rutina porque se impuso la urgencia de la realidad y enviaron el tren para socorrer a los inundados. De vuelta en casa, dieron licencia a los traqueteados vagones y los acondicionaron como para que duren otras dos décadas. Así, el próximo 6 de noviembre el tren pediátrico sanitario Alma va a iniciar el viaje número 127 de su historia, esta vez a Formosa, con chapa y pintura nuevos. Y, a juzgar por el espíritu de las organizadoras, con el ímpetu renovado.
"Sabemos que esto no es la solución, pero si no vamos nosotras, no hay nada", comenta Noemí de Andrade, presidenta de la Fundación que bautizó al tren. Ella, junto a sus ocho compañeras, es la encargada de armar el equipo de dos pediatras, dos odontólogos, una asistente social, un radiólogo, un enfermero y un laboratorista que en cada viaje atienden a 500 chicos desde que nacen hasta los 14 años. Con los adultos sólo realizan tareas de prevención, para lo cual cuentan con aliadas insustituibles en cada lugar que visitan. "Las maestras son las mejores colaboradoras", dice Noemí sin dudar. Sin ellas sería imposible que los chicos sigan cepillándose los dientes o que la gente siga cocinando recetas con materia prima de la zona una vez que el tren parte.
"Recuerdo que en Taco Ralo había mucha soja y los pobladores sólo la usaban para dar de comer a los animales. Entonces, una nutricionista nos armó varias recetas y en un viaje se las dejamos. Al año siguiente, cuando el tren estacionó en Taco Ralo, nos estaban esperando con un flan gigante de soja que ellos mismos habían preparado", recuerda la presidenta con orgullo.
La Fundación Alma nació en los 70 cuando un grupo de médicos tuvo en sus manos la vida de un chiquito del norte argentino. Había llegado a Buenos Aires con una grave deficiencia que, casi de milagro por el tiempo transcurrido desde que se había declarado la emergencia, lograron revertir. Crearon una sala de cirugía infantil en el Hospital Alvear y a partir de ese momento comenzaron a atender otros casos pero siempre a riesgo de correr contra reloj. En 1980 la solución apareció montada sobre rieles: equiparían tres vagones abandonados de un tren cedido por Ferrocarriles Argentinos y viajarían por donde las vías de la línea
Belgrano permitieran acceder. Así se armó el recorrido por Santa Fe, Formosa, Salta, Jujuy, Tucumán, La Rioja, San Juan, Santiago del Estero y Chaco.
Las mujeres aparecieron después. La mayoría de ellas eran esposas de los médicos involucrados en esta tarea y por puro instinto no pudieron quedarse afuera. Pasaron los años y los gobiernos; ellas quedaron. "Si sobrevivimos hasta ahora, vamos a seguir", comenta risueña Haydée Manojas, tesorera de la fundación. La tarea se les hace difícil. Además de no tener fondos propios -más que los recolectados durante el año con algún que otro Bingo entre señoras de sociedad- tienen que lidiar cada vez con el equipo de profesionales que van a viajar. "Como ellos trabajan ad honorem y encima durante el lapso que están viajando (15 días) no cobran las guardias, muchos de ellos se arrepienten a horas de partir y nos desajustan todo el esquema. Pero ahora hemos logrado que el Gobierno de la Ciudad les pague los días que faltan", aclara aliviada Noemí. Sin embargo, las mujeres Alma no se quejan y agradecen todo el tiempo la labor de estos equipos interdisciplinarios que les permiten llevar a cabo lo que más quieren: curar y prevenir a los chicos.
Anécdotas tienen miles. Desde los habitantes de Formosa, mitad de la tribu de los Wichis, mitad criollos, que van al vagón hospital por separado porque ellos mismos no quieren mezclarse, hasta el agasajo con locro y tamales -en un comedor improvisado sobre el andén- de un grupo de tucumanos en un 1 de mayo. También tienen para contar historias menos alegres, que no se revierten a pesar del paso del tiempo. Como la diferencia que existe en la salud colectiva entre las poblaciones que tienen agua potable y las que no. Y los gravísimos problemas odontológicos, causados por la mala alimentación y la falta de higiene.
Ellas y su equipo hacen más de lo que pueden. "A veces los médicos trabajan tanto que llegan a un lugar y comienzan su actividad sin asomar la mirada por la ventanilla del tren. En un viaje, se dieron cuenta de la belleza de las montañas recién 48 horas después de haber llegado, porque corrieron las cortinas de las ventanas del salón comedor", cuentan. El horario para empezar a atender está estipulado, a las 8:30 de la mañana. Pero nunca se sabe cuándo va a terminar. En muchas ocasiones el silencio de la medianoche se vio interrumpido por la llegada de algún parroquiano que solicitaba asistencia.
Aunque ya llevan 18 años sobre rieles, todavía las entristece el desamparo inalterable de la gente: tres generaciones de familias fueron atendidas por el equipo Alma. "Las chicas se embarazan muy jóvenes, y si bien damos charlas de educación sexual entre los adolescentes, en el viaje siguiente encontramos nuevos embarazos." Es en esos momentos cuando la realidad les exige atender urgencias insoslayables: en el tren ocurrieron tres partos. Como agradecimiento, una de esos recién nacidos fue bautizada Alma.
La Fundación Alma nació en los 70 cuando un grupo de médicos tuvo en sus manos la vida de un chiquito del norte argentino. Había llegado a Buenos Aires con una grave deficiencia que, casi de milagro por el tiempo transcurrido desde que se había declarado la emergencia, lograron revertir. Crearon una sala de cirugía infantil en el Hospital Alvear y a partir de ese momento comenzaron a atender otros casos pero siempre a riesgo de correr contra reloj. En 1980 la solución apareció montada sobre rieles: equiparían tres vagones abandonados de un tren cedido por Ferrocarriles Argentinos y viajarían por donde las vías de la línea
Belgrano permitieran acceder. Así se armó el recorrido por Santa Fe, Formosa, Salta, Jujuy, Tucumán, La Rioja, San Juan, Santiago del Estero y Chaco.
Las mujeres aparecieron después. La mayoría de ellas eran esposas de los médicos involucrados en esta tarea y por puro instinto no pudieron quedarse afuera. Pasaron los años y los gobiernos; ellas quedaron. "Si sobrevivimos hasta ahora, vamos a seguir", comenta risueña Haydée Manojas, tesorera de la fundación. La tarea se les hace difícil. Además de no tener fondos propios -más que los recolectados durante el año con algún que otro Bingo entre señoras de sociedad- tienen que lidiar cada vez con el equipo de profesionales que van a viajar. "Como ellos trabajan ad honorem y encima durante el lapso que están viajando (15 días) no cobran las guardias, muchos de ellos se arrepienten a horas de partir y nos desajustan todo el esquema. Pero ahora hemos logrado que el Gobierno de la Ciudad les pague los días que faltan", aclara aliviada Noemí. Sin embargo, las mujeres Alma no se quejan y agradecen todo el tiempo la labor de estos equipos interdisciplinarios que les permiten llevar a cabo lo que más quieren: curar y prevenir a los chicos.
Anécdotas tienen miles. Desde los habitantes de Formosa, mitad de la tribu de los Wichis, mitad criollos, que van al vagón hospital por separado porque ellos mismos no quieren mezclarse, hasta el agasajo con locro y tamales -en un comedor improvisado sobre el andén- de un grupo de tucumanos en un 1 de mayo. También tienen para contar historias menos alegres, que no se revierten a pesar del paso del tiempo. Como la diferencia que existe en la salud colectiva entre las poblaciones que tienen agua potable y las que no. Y los gravísimos problemas odontológicos, causados por la mala alimentación y la falta de higiene.
Ellas y su equipo hacen más de lo que pueden. "A veces los médicos trabajan tanto que llegan a un lugar y comienzan su actividad sin asomar la mirada por la ventanilla del tren. En un viaje, se dieron cuenta de la belleza de las montañas recién 48 horas después de haber llegado, porque corrieron las cortinas de las ventanas del salón comedor", cuentan. El horario para empezar a atender está estipulado, a las 8:30 de la mañana. Pero nunca se sabe cuándo va a terminar. En muchas ocasiones el silencio de la medianoche se vio interrumpido por la llegada de algún parroquiano que solicitaba asistencia.
Aunque ya llevan 18 años sobre rieles, todavía las entristece el desamparo inalterable de la gente: tres generaciones de familias fueron atendidas por el equipo Alma. "Las chicas se embarazan muy jóvenes, y si bien damos charlas de educación sexual entre los adolescentes, en el viaje siguiente encontramos nuevos embarazos." Es en esos momentos cuando la realidad les exige atender urgencias insoslayables: en el tren ocurrieron tres partos. Como agradecimiento, una de esos recién nacidos fue bautizada Alma.
Mónica Marenda
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