Mónica Marenda
ESPACIO DE DESEO
Sobre la mesada de piedra yace un manojo de ajos sin pelar con un leve rosado en la cáscara que los penetra falsamente desde la base hacia arriba, para difuminarse en el puro blanco de la punta. El sol que viene iluminando el pasto llena el rectángulo de la ventana y atraviesa una gota de almíbar que parece brotar de una hendidura del durazno más amarillo, ese que todavía mantiene su hoja en el tallo. Su luz franca hace más intenso el color de la fruta recién lavada que está encima de la vieja mesa de madera, en donde el agua se secará sin dejar rastros y sin embargo siendo parte del tiempo. Los embutidos colgados del techo, altísimos, permanecen en penumbras, emanando desde arriba un aroma a especies. La cocina arde sin cesar, encendida desde la mañana gracias al carácter de unos leños de madera provechosa. Reposan sobre ella una pava llena de agua en espera permanente, y una olla, en donde nadan las verduras que hasta hace instantes fueron parte de la tierra ahí afuera. Sobre el piso de ladrillos hay restos de harina, la que se ha fraguado con el agua antes de que salga el sol. Todo huele a pan.
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