(Relatos cortos vertidos en voz alta en una radio de Buenos Aires – 1994/95).
Pocas mujeres lograron destacarse en el campo de la pintura como Frida Kahlo en su tiempo. Así como también pocas las que trascendieron las barreras de su época para hacer historia. Es que Frida Kahlo fue, ante todo, una militante de su arte. Una artista que reflejó con colores la esencia de la cultura mejicana, y una mujer que en cada pincelada registró una marca de dolor.
Su vida fue una sucesión incansable de acontecimientos tumultuosos y de sufrimiento físico y sentimental. El haber nacido en la primera década de este siglo problemático la marcó a fuego, tanto por los acontecimientos sociales que culminaron en la revolución zapatista, como por la poliomelitis que le dejó secuelas de por vida.
Todo lo cual quedó plasmado en su obra, en la que el ego de los autorretratos no fue más que la excusa para mostrar al mundo el orgullo de su alma mejicana, a la vez que para conjurar el dolor de un sexo estéril y una columna descalabrada que la obligó a la postración hasta el día de su muerte.
Hubo un único y gran amor en su vida, el que ella le brindó incondicionalmente al muralista Diego Rivera, y que le fue correspondido. Es cierto que él tuvo otras mujeres, como también es cierto que que ella se entregó a otros brazos. Pero él la acompañó siempre, y ella no pudo más que sentir devoción por ese hombre que fue su modelo y maestro, en el arte y en la vida.
Fue así que los temas recurrentes en sus pinturas fueron la pena, el amor, la muerte... El sufrimiento físico sentido en su propio cuerpo, el amor enloquecido por un único hombre, la muerte presentida a cada momento, la propia, la de su amado, la del hijo que tanto deseó y que nunca pudo nacer.
Frida desafió el suplicio de su destino cargando su paleta de colores estridentes=rojo de sangre, amarillo de furia, azul de amor y verde de la tierra amada. Colores que sirvieron para atenuar su tormento y que dejaron la marca concreta de alguien que, antes que artista, fue mujer.
Pocas mujeres lograron destacarse en el campo de la pintura como Frida Kahlo en su tiempo. Así como también pocas las que trascendieron las barreras de su época para hacer historia. Es que Frida Kahlo fue, ante todo, una militante de su arte. Una artista que reflejó con colores la esencia de la cultura mejicana, y una mujer que en cada pincelada registró una marca de dolor.
Su vida fue una sucesión incansable de acontecimientos tumultuosos y de sufrimiento físico y sentimental. El haber nacido en la primera década de este siglo problemático la marcó a fuego, tanto por los acontecimientos sociales que culminaron en la revolución zapatista, como por la poliomelitis que le dejó secuelas de por vida.
Todo lo cual quedó plasmado en su obra, en la que el ego de los autorretratos no fue más que la excusa para mostrar al mundo el orgullo de su alma mejicana, a la vez que para conjurar el dolor de un sexo estéril y una columna descalabrada que la obligó a la postración hasta el día de su muerte.
Hubo un único y gran amor en su vida, el que ella le brindó incondicionalmente al muralista Diego Rivera, y que le fue correspondido. Es cierto que él tuvo otras mujeres, como también es cierto que que ella se entregó a otros brazos. Pero él la acompañó siempre, y ella no pudo más que sentir devoción por ese hombre que fue su modelo y maestro, en el arte y en la vida.
Fue así que los temas recurrentes en sus pinturas fueron la pena, el amor, la muerte... El sufrimiento físico sentido en su propio cuerpo, el amor enloquecido por un único hombre, la muerte presentida a cada momento, la propia, la de su amado, la del hijo que tanto deseó y que nunca pudo nacer.
Frida desafió el suplicio de su destino cargando su paleta de colores estridentes=rojo de sangre, amarillo de furia, azul de amor y verde de la tierra amada. Colores que sirvieron para atenuar su tormento y que dejaron la marca concreta de alguien que, antes que artista, fue mujer.
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