Este iba a ser un ensayo sobre el cáncer. Sólo había que encontrar un punto de vista: la incomunicación entre médico y enfermo, la indefensión de éste frente a lo que no sabe y pocas veces le saben decir, su desorientación ante las señales del cuerpo que no puede decodificar o ni siquiera percibe. Y buscar las palabras, símbolos de la comunicación reclamada. Sin embargo, los signos no aparecen, no fluyen hacia pensamientos cohesionados, forzosos en su capacidad de atraer y aportar algo nuevo. Sólo hay digresión, paréntesis, espera.
Cómo explicar lo que pasa en cada cuerpo, en cada ser paciente que confía sus entrañas mientras los guardapolvos blancos vuelan, ciegos, de un lado a otro. Cómo explicar los pacientes ojos que sí cruzan códigos, se transmiten información, se aman y se odian en el mismo instante, se saben, al descubrirse, presas de un mismo destino, más tarde o más temprano. Ojos altivos, moribundos, avergonzados, envidiosos, esperanzados por derecho o ignorantes por necesidad. No es la mirada, son los ojos. Esos que han permanecido absortos toda la noche, vueltos hacia algún lugar del alma que tampoco descansa. Ojos que soportan el peso de lo que ven y de lo que dicen. Por eso, lo peor que le puede pasar a un par de ojos es no tener qué decir. No tener mirada. Esa que se detiene más de la cuenta en los ojos equivocados, muchas veces los propios. Esa que hace preguntas sabiendo que la incertidumbre es amarga y que nadie puede prometer, ni siquiera, un puñado de algo.
El cáncer invade la vida anímica del enfermo, corroe el frágil equilibrio del alma humana, lo enfrenta irremediablemente a su fugacidad, lo planta frente al no ser irremediable, al menos al no ser éste.
Susan Sontag ha dicho en ‘La enfermedad y sus metáforas’ que los términos para hablar sobre el cáncer refieren directamente al código militar, y que, mientras no se cambie este código, la visión que el imaginario popular tiene del cáncer seguirá provocando miedo y estupor. Lo llamativo es haber encontrado tantos médicos admiradores de la obra de Sontag, quienes subrayan justamente su estilo directo, sin metáforas, para hablar sobre el cáncer. No niego que ‘La enfermedad…’ ha aportado semántica al asunto, dando letra, sobre todo, al ambiente de la medicina. Sin embargo, ante la alternativa de aceptarla o no, para el paciente defiendo la metáfora tal y como está planteada hoy en día. Esto significa que en tanto el paciente siga usando, consciente o inconscientemente, palabras como ‘batalla’, ‘invasión’, ‘contraataque’, ‘defensas’, ‘bombardeo’, el cáncer deberá ser un objetivo primordial de la ciencia, con el fin de encontrar la cura o cierta forma de cura al transformar el cáncer en una enfermedad crónica como el sida. El uso de este ‘lenguaje de la guerra’ también seguirá poniendo en relieve la escasa o nula comunicación que existe entre médico y enfermo. Son aquellos los que deberían
-ejercitando la verdad aunque su sinónimo sea ignorancia-, cambiar los códigos para nombrar a la enfermedad y sus efectos. El paciente tiene derecho a la metáfora y no al trabajo de cambiarla.
Mónica Marenda
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario