Un millón de luces


UN MILLON DE LUCES
Clara Sánchez


La novela está dividida en 27 capítulos, cada uno titulado con el nombre de todos los personajes que en mayor o menor medida se cruzan entre sí para formar la trama, incluida la Torre de Cristal, eje fundacional y protagonista junto con la narradora. Transcurre en Madrid y en la actualidad más reciente (hay varias referencias, una de ellas a ‘lo de las torres gemelas’, que así lo acreditan). La voz narradora es la de una mujer de unos 30 años que no tiene nombre, y que adquiere su identidad anónima al entrar en la Torre de Cristal. Tanto es así que comparte con ella el relato, apoyándose una en la otra. Por qué digo esto: en la primera página de la novela hay un guiño de la escritora, voz narradora en su protagonista, quien advierte que si ella no hubiese entrado en la Torre de Cristal, quizás no hubiesen sucedido todos los acontecimientos que se van a contar. Allí está la clave: de hecho, en la ficción, los acontecimientos van a suceder de todos modos, es decir, no es la presencia de la protagonista quien los provoca, porque cada hecho encontrará su justificación al final. Entonces, es la propia escritora quien nos está diciendo ¡ojo!, esto lo hice yo, es ficción, la Torre de Cristal la construí yo durante dos años en mi cabeza, ‘conozco la profundidad de sus cimientos y cuántas clases de vigas tiene’, luego atravesé la puerta y di vida a todos esos personajes. La propia novela es su Torre de Cristal (‘Y mientras perdí miserablemente el tiempo pensando en esto –observar desde la ventana de su casa la construcción de un edificio de oficinas- y que tendría que estar escribiendo una novela, resulta que en cierto modo ya lo estaba haciendo’). Luego aclara, y es cuando la escritora se funde definitivamente en la protagonista, que la verdadera Torre de Cristal no está frente a su casa sino en una zona de oficinas situada en la Castellana. Y allí comienza a construir a los personajes, incluida ella misma –la protagonista, digo-, a urdir los hechos, a meterse en la Torre de Cristal hasta ser absorbida por completo, inclusive dejando de lado toda la vida que queda fuera de ella.
La protagonista sin nombre, como he dicho, es una mujer de mediana edad que quiere ser escritora. No se conocen sus verdaderos deseos, porque inclusive este hecho de querer ser escritora no está planteado como una necesidad imperiosa en su vida. Intuimos que ha sido periodista pero no sabemos qué estudios tiene, sabemos que ha sido abandonada por su pareja –nunca aclara si fue su marido- tras 8 años de convivencia, porque él se fue con otra. Habla de Raúl, el ex, sin rencor, y en cuanto él le pide que no lo llame más por teléfono, lo deja en el camino como si no le importara demasiado. Ella está acostumbrada a estar sola, por eso la vida en la Torre, rodeada de gente, le fascina. Sabemos que su madre ha muerto, que su padre está vivo, y que tiene una tía y un tío a los que quiere mucho. A ellos se refiere siempre en los recuerdos, porque su presente está en la Torre de Cristal. La vida fuera de ella es apenas una casa con televisor y nevera, no hay amigos, ni tiempo de ocio, ni libros, ni escritura, ni gustos, ni aficiones ni nada. La vida empieza cuando ella entra por las mañanas en la Torre de Cristal y se termina cuando afuera ya es de noche. Hay un arriba en la Torre, el tiempo de su realidad (¿o irrealidad de la ficción?), y hay un abajo en el mundo, en donde todo se apaga, en donde ‘no se puede tener todo’. ¿Es el tiempo de la escritora? Las digresiones, que existen cuando anda por el mundo de abajo, siempre son en función de los hechos narrados en la historia, o mejor dicho, porque los acontecimientos la llevan irremediablemente a eso (el funeral de su jefe, un viaje a Alicante luego del funeral, una visita a la mujer del chofer del presidente luego de que fuera despedido, la visita a Teresa, la secretaria del presidente, en la clínica de recuperación para psicóticos, la visita a Nieves, la viuda de su jefe, para llevar las pertenencias de éste, y pocas salidas a almorzar fuera de la Torre).
Los demás personajes, que sí fueron significados por la escritora al punto de dar título a cada capítulo y cuyos nombres pesan en la protagonista porque ellos construyen su mundo, son: Sebastián Trenas, vicepresidente en la Torre, un hombre acabado tanto profesional como personalmente, sufriendo demencia senil a los 50 y pocos años. Casado con Nieves y con dos hijos, Anabel y Conrado. Muere al principio de la novela. Vicky, una pelirroja de la misma edad que la protagonista, drogadicta y anoréxica pero que sin embargo puede mantener su rutina laboral, única amistad que aquélla logra hacer dentro de la Torre. Anabel, la hija no querida de Sebastián Trenas, de profesión modelo, vive en Francia pero vuelve a España para quedarse tras la muerte de su padre. Alejandro y Jano Dorado, dos que, como Cástor y Pólux –así se denomina el capítulo, para remarcar la idea de los hermanos que son inseparables y que de esta manera construyen su fuerza- arremeten en la empresa y la hacen crecer a un ritmo acelerado. Se convierten en vicepresidentes en la Torre tras la muerte de Trenas, hecho que se deshace abruptamente cuando Jano abandona a Alexandro para correr tras su amor. Conrado, el hijo amado de Sebastián Trenas, publicista exitoso que vive en Estados Unidos trabajando como un alto ejecutivo para Coca-Cola. Regresa a España para el funeral de su padre, y es allí cuando Jano Dorado se enamora perdidamente de él, sin ser correspondido. Jorge, chofer del presidente en la Torre, y de la mujer del presidente; está casado, tiene cinco hijos y un sueño: tener su propio taller mecánico. Teresa, secretaria del presidente en la Torre, ha sido prostituta y estuvo enamorada de Trenas. Termina internada en una clínica psiquiátrica. Emilio Ríos, presidente en la Torre, casado con Hanna, sin hijos. Nieves, la mujer de Sebastián Trenas, infiel con otros hombres, entre ellos el padre de su hija, y con Emilio Ríos, el socio de su marido. Sin embargo permanece con su marido hasta el final. Hanna, la mujer del presidente en la Torre, cuyo mayor deseo es tener hijos, cosa que su marido no comparte. Se involucra sentimentalmente con el chofer, Jorge, y terminan huyendo juntos. Lorena (Serna), miembro de la junta directiva en la Torre, llega a la vicepresidencia luego de que los hermanos Dorado dejan la Torre. Definida como ‘trepa’ por la protagonista, vive un romance enloquecedor con Xavier Climent, ex pareja de Hanna y actual miembro de la junta directiva en la Torre. Este también resulta ser un ‘trepa’, tanto en su vida anterior como cuando desencadena el final, en donde también se convierte en traidor trabajando para los Dorado, que han montado una empresa exitosa robándole la idea a Lorena. De alguna manera, los hermanos Dorado han llevado a la bancarrota a la Torre de Cristal y regresan para comprarla.
Entre los personajes secundarios más destacados están J. Codes, a quien hace 20 años Sebastián Trenas y Emilio Ríos le robaron la idea de lo que constituye el exitoso caso de la empresa en la Torre, Luisa, la mujer del chofer Jorge, y el Dr. Dorado, padre no biológico de Alexandro y Jano.
Los personajes principales están bien delineados pero me resulta más interesante cómo, con pocas pinceladas, dedicándoles menos espacio en la novela, la escritora logra describir los personajes secundarios. Desde el invisible J. Codes, que al ocultarse y negar su historia frente a la narradora demuestra su gran frustración, hasta Luisa, que termina revelándose como la dueña de un salón de belleza -cumpliendo ella misma un sueño que la pinta entera-, pasando por el padre de los hermanos Dorado, que nos descubre una historia impensada si sólo nos hubiéramos fijado en su aspecto físico y su ropa.
Clara Sánchez, tal como está esbozado más arriba, va entrelazando la vida de unos personajes con otros, hace que la protagonista sin nombre mire y escuche todas las situaciones, y a medida que se va acomodando en ellas, las relate. La narradora es la gran observadora de las historias de los demás, pero reflexiona poco sobre sí misma porque su función es esa otra. El argumento no aporta en sí ninguna novedad, por lo menos para aquellos que alguna vez han ingresado al terrible laberinto de trabajar para una gran empresa. Justamente, laberinto es una palabra que la narradora utiliza permanentemente. Los hechos pueden ser más o menos posibles –aunque parecen demasiados para tan poco tiempo- pero sí dan credibilidad a la historia. Se describe el mundo laboral con mucha pericia, incluido el propio espacio de la Torre, con su inmensa puerta de acceso, sus amplios ventanales para ver el mundo desde arriba, sus grandes salas de reuniones, sus despachos principales inexpugnables para la mayoría, y con su masa de empleados mimetizada con el resto del mobiliario, cercana pero totalmente descolorida (por eso el pelo rojo de Vicky entre tanta cosa y ser anodino). Interesante el papel que juegan en este espacio los baños, sitio adonde la narradora se escapa para vivir los momentos íntimos dentro de la Torre: cuando llora la muerte de su jefe, y cuando se encuentra una y otra vez con Vicky a comer, fumar, tomar café y hablar de sus sueños, es decir, a construir una amistad. Esto me recuerda un cómic argentino para adultos que se llamaba ‘Las puertitas del Sr. López’, en el que el protagonista, bajito y regordete, era un oscuro empleado de oficina sojuzgado por su jefe. Cada vez que el Sr. López cruzaba la puerta del baño para evadirse de esa realidad, le sucedían las historias más fantásticas, y sin lugar a dudas las más deseadas. Allí siempre era un súper héroe, estaba secundado por bellísimas mujeres enamoradas de su fuerza y ecuanimidad, y podía vengarse de todas las penurias de su vida.
La novela está bien contada, se lee de un tirón, es muy fácil. La prosa es sencilla y la trama engancha, sobre todo por los silencios, que parecen más grandes que el argumento en sí. O mejor dicho, el silencio es la contra cara perfecta de la historia revelada. Cada situación y su silencio forman la pareja perfecta para guiar al lector hacia un desenlace que si bien no es totalmente previsible, se intuye. Por eso no me termina de convencer el final, donde casi todas las situaciones están explicadas hasta el mínimo detalle, no dejando lugar para que la mente del lector, al que la narradora/escritora ha logrado introducir seductoramente en ese ambiente opresivo y maquiavélico de –a esta altura- la Torre Negra, ponga a jugar su propia imaginación para dar un destino a cada personaje.


Mónica Marenda

No hay comentarios.: