VADE RETRO

(Nota Revista Viva – Diario Clarín – 1999).


Un exorcista en La Plata


"Te abjuro a ti, antigua serpiente, por el Juez de los vivos y de los muertos, por aquel que es el autor del mundo, por aquel que tiene potestad de enviarte al infierno, para que salgas de este servidor de Dios, Luis, que ha recurrido al seno de la Iglesia, con temor, y retira rápidamente el ejercicio de tu furor contra él..." (Ritual en latín para exorcismo. 1908).
Al padre Carlos Mancuso le encanta hablar. Es una tarde cálida de invierno y el sol brilla como si fuese primavera. Sin embargo, en su oficina hace frío y reina la penumbra. Acompañado por algunos muebles viejos, cuadros alegóricos y libros, las palabras salen de su boca en un fárrago y se acomodan en el aire para formar historias fascinantes. No son cuentos de hadas sino relatos de terror. El es uno de los protagonistas del drama más antiguo, ancestral e intenso, el que nació con el universo y el que va a desaparecer con él. Su misión es defender en la tierra un tesoro forjado en el cielo, tan inconmensurable, inasible e invisible como la sola idea del Bien o del Mal. El es un soldado de Dios que se enfrenta al ejército de las tinieblas para rescatar almas posesas. El es exorcista.
Como buen sacerdote estudioso de las Santas Escrituras confiesa que la llegada del diablo a su vida no se produjo mucho después que la de Dios. Inclusive fue el mismo cura de Los Hornos, su barrio natal en La Plata, el que lo introdujo en ambas materias religiosas: la de transmitir la palabra divina y la de pelear contra el demonio. "Con la adolescencia empecé a llevar una vida religiosa más profunda hasta que descubrí el misterio del sacerdocio. Al menos confusamente, porque a esa edad no se tiene una idea muy clara de las cosas", rememora. La presencia de Dios la descubrió a través de unos libros infantiles de instrucción religiosa y la fortaleció gracias a la presencia del padre Antonio Stolfi, el cura de su parroquia. Y el primer encuentro con el diablo fue a través de un hecho ocurrido en el mismo ámbito, que él observó con el asombro y la credulidad de sus 17 años.
"La señora tenía unos 45 años. Por su aspecto físico, daba la impresión de que tuviese una gran indisposición estomacal; tenía náuseas y vomitaba. Aunque yo miraba desde lejos, observé que el párroco no la quiso hacer pasar por la iglesia sino que la sacó por una puerta lateral y la llevó a la calle para que se volviera a su casa. Después, el padre Stolfi me hizo un comentario: "pobre mujer, parece que estaba endemoniada". Yo le pregunté qué le pasaba y él me dijo: "fijáte que yo le hacía preguntas y de pronto salía otra voz de ella misma que contestaba". Y yo me acuerdo perfectamente de las respuestas. El padre le preguntaba cosas acerca de su vida personal y religiosa y de adentro de la mujer salía una voz que decía: "¡Para qué hablás con el cura, para qué hablás con el cura! O ¡A vos qué te importa, a vos qué te importa!" El otro habitante de la pobre mujer contestaba de muy mal humor, evidentemente era otra personalidad la que lo hacía. Nunca más vi a la mujer, nunca más supe de ella
y nunca más se habló del tema. Después de aquel episodio tuvieron que pasar 33 años para que yo hiciera mi propia experiencia."
De aquellos tiempos remotos hasta hoy pasó la vida. El padre Carlos Mancuso tiene 64 años, hace 36 que es cura, 22 que está en la iglesia San José de La Plata y 15 que lleva adelante prácticas de conjuro. Por su trayectoria, avalada por los Monseñores Plaza, Quarracino y Galán –los tres Obispos que tuvo La Plata durante su gestión-, se ha ganado el mote y la reputación de cura exorcista. Tamaño privilegio no es para despreciar si se tiene en cuenta que la diócesis cobija a cuatro partidos –Berisso, Ensenada, Magdalena y la capital provincial-, 700 mil habitantes, 70 parroquias y cerca de 100 sacerdotes. Sin embargo, el padre se permite un rezongo: "Los exorcistas somos personajes raros dentro de la iglesia y el exorcismo, un tema marginal de la teología", admite.
El sigue adelante porque su oficio le gusta. Para evitar las suspicacias de los descreídos, el buen siervo de la institución lee, estudia y se informa. Sabe que debe aggiornarse aunque sin perder la prudencia: si tiene dudas frente a un caso, consulta con psicólogos, psiquiatras y parapsicólogos. No obstante, deja en claro que un endemoniado sólo puede curarse con agua bendita: "En esos casos no hay pastillita que valga", dice. De todas las personas que se presentan solicitando un exorcismo, sólo el uno por ciento está poseída, el resto son esquizofrénicos, paranoicos o simplemente perturbados. El cura explica la obsesión de la gente que lo visita por pensar en la posesión diabólica antes que en la locura porque el loco infunde "lástima" y el endemoniado, "respeto".
Mancuso es un hombre medido. En todo. Viste traje azul con un chaleco que apenas deja asomar el cuello blanco de la camisa. Los zapatos negros relucen, igual que la coronilla de pelo que todavía permanece en su cabeza. Impecable. Sus gestos casi no se notan, su voz es suave y su tono, eficaz. Dice resistir muy bien las tentaciones cotidianas y no se enoja cuando la curiosidad vira para el lado de lo íntimo: él asume su castidad con el mismo énfasis con que se enfrenta al demonio. No fuma. Confiesa que duerme profundamente por las noches y que "gracias a Dios" nunca soñó con mandinga. No le teme a la locura. Mancuso es un hombre incorruptible. Lo único que desentona en tanta compostura es su fecunda oratoria y su risa desvergonzada, cómplice. Siempre como arma de seducción para convencer de que lo que está contando no es un disparate.
Aunque alejado de las tentaciones, el cura afirma que es a través de "la pornografía, las uniones ilegítimas, el adulterio y la droga" como el maldito mantiene su vigencia. En segundo lugar, y con un peso moral bien distinto, habla de "infestación" y "casas encantadas". Mancuso advierte que muchos de estos fenómenos pertenecen al campo de la parapsicología pero que a veces es el demonio quien actúa sobre un ambiente y "sólo la bendición del sacerdote con unas gotas de agua bendita produce la paz en la familia". Los obsesionados vivirían la persecución del demonio que "los molesta y perturba" pero que no los posee. En cambio, los endemoniados sí habrían abierto las puertas de su alma al diablo a través de un hechizo o de un pacto.
Si bien no trató más que dos casos de poseídos en su vida, las largas horas de estudio dedicadas al tema lo habilitan para hablar con fundamento acerca de
Lucifer. "Cuando yo practico el exorcismo me encuentro con un ser personal, perverso y pervertidor, como dijo Paulo VI, al cual yo, como sacerdote, me tengo que enfrentar. Estamos en posturas muy distintas él y yo. Lo que pasa es que los endemoniados son tremendamente escasos, no hay tantos como la gente piensa. Y como el hombre del siglo XX ha sufrido tantas alteraciones psicológicas, sociales, políticas y hasta los medios de comunicación social ayudan a trastornarlo, viene a la iglesia buscando que se le haga un exorcismo porque creen que están endemoniados. Afortunadamente y gracias a Dios, los endemoniados son tremendamente escasos".
Como para que todos estén alertas ante la posibilidad de un poseso alrededor, el experto instruye sobre dos síntomas inconfundibles: el latido normal cuando la persona está en trance y por sus convulsiones tendría que tener el pulso acelerado, y el sansonismo o fuerza sobrehumana. "Me contaron de un exorcismo hecho en una iglesia de Luján: el endemoniado tomaba los candelabros de bronce, les hacía un nudo y los tiraba. Eso no es humano", relata con entusiasmo y un brillo en sus ojos demuestra que, si esto nunca sucedió en su parroquia, alguna vez le gustaría presenciarlo. Sus ‘pacientes’, como él gusta llamarlos, nunca levitaron ni echaron espuma por la boca ni profirieron frases en lenguas extrañas. Susana y Luis fueron mucho más normales que cualquiera de los endiablados que él pudo leer en las crónicas de otros tiempos. Susana y Luis se estremecían, querían escapar, lo escupían e insultaban: nada del otro mundo. Susana y Luis quizás no pasen a los anales del exorcismo argentino pero forman parte de esa historia irracional que sale de su boca.
Corría el año 1983. "Un día me llamó un padre de otra parroquia para decirme que había una catequista que estaba muy alterada y que él sospechaba que estaba endemoniada. Susana tenía 20 años y hacía tres meses que había dejado de comer. Nosotros conocemos dentro de la mística cristiana un fenómeno que es la abstención total de alimentos, la inedia. Estos mismos fenómenos se dan también en la parapsicología verdadera. Susana había dejado de comer pero no había bajado de peso. Y tenía una especie de doble personalidad que volvía loca a toda la familia. Yo fui a la casa por primera vez una noche. Ella estaba en la cama y a su lado había un sacerdote con el cual el demonio no tenía ningún problema. Cuando me vio llegar (-‘el diablo a mí no me quiere’-, dice con una sonrisa socarrona) me empezó a gritar y a insultar. Yo sentí inmediatamente un tremendo dolor en el estómago que me obligó a salir de la habitación. La voz era la misma de la chica, pero el rostro se le había transformado. Yo iba vestido como ahora y él supo que yo era sacerdote, nunca me he cambiado de personalidad." El padre Mancuso permanece inmutable mientras busca en su memoria. Es claro que la recreación del accionar maldito no lo perturba.
"Consulté con el padre Antonio Sagrera, un exorcista que ya falleció –continúa-. Recuerdo que él estaba podando una parra, era octubre, le empecé a contar y él sólo me decía "está endemoniada". ¡Lo que es la experiencia! Seguí yendo a la casa de Susana y siempre tenía algún problema: el demonio a mí no me quería. Yo iba con la cruz en la mano y le decía: "Vos tenés que irte de acá" y él me contestaba: "Yo no me voy a ir porque ella me ha sido consagrada a mí". "¿Por quién?", le preguntaba. "¡Ah no! Eso no te lo voy a decir", me
contestaba. Yo le decía: "Vos te vas a ir porque éste -señala una cruz imaginaria sostenida en su mano- te va a echar". Y él me respondía: "A ese yo ya lo vencí". "¿A sí? Eso lo vamos a ver el día del exorcismo". En medio del relato, Mancuso larga su carcajada de satisfacción recordando la advertencia antes del triunfo.
Precavido como siempre, el cura se encargó de averiguar qué estaba sucediendo en esa familia. "Susana estaba de novia con Antonio. La mamá de Antonio no quería que se casara, entonces fue a ver a un mago y creo que le enviaron un alimento con un conjuro. Aunque parezca novelesco, del siglo XIII, muchas veces es así como llega el demonio a apoderarse de las almas. Creo que eran unas frutillas con crema. Ella vomitaba y me traían en la palangana un líquido rosado. Me decían que había comido frutillas pero hacía tres meses y desde ese momento no se había alimentado más. Y yo me acuerdo de ese líquido inmundo, una cosa sumamente desagradable de ver y de recordar, pero mientras ella tuviera el demonio adentro, por más que vomitase no se lo iba a sacar. Todos los endemoniados tienen síntomas en el estómago y el vómito. Algo hay ahí adentro que se mueve, que salta, que va y que viene", describe.
"Para el exorcismo me preparé con la oración, rezando el rosario y pidiéndole a Dios porque esa iba a ser una lucha muy fuerte. Yo nunca tuve miedo. El día del exorcismo éramos seis sacerdotes y un estudiante de medicina. Susana llegó a la parroquia acompañada por unos parientes que la hicieron entrar y la soltaron. Previniéndome del sansonismo, yo grité que la detuvieran. Y el demonio me dijo: "¿Así que me tenés miedo, no?" -larga otra vez la carcajada y dice, burlón: "es un maldito"-. La llevamos al altar; la ceremonia duró una hora y 15 minutos. La chica se desesperaba y el resto de los curas me decían: "éste a vos no te puede ni ver", porque al demonio no le gusta aquel que le sigue de cerca la pisada. A través de Susana él me escupía y me insultaba, me decía "basura". Y yo le contestaba: "Vos decí lo que quieras, es cuestión de opinión". Casi como en una charla de amigos.
"Susana se movía de una manera espantosa y pensé que debía tener 150 pulsaciones por minuto pero el médico le tomó el pulso en los tobillos y confirmó asombrado que las pulsaciones eran normales. Entre cinco personas no la podían sostener, no podía tener pulso normal. Ese poder no alteraba el cuerpo de Susana, porque la intención del demonio no era matarla. Teníamos el ritual y decíamos las oraciones en latín. Entre todos teníamos que cuidar que no se moviera, que no se escapara, que no saltara, porque por ahí salen corriendo, huyen de todas las cosas sagradas. Incluso los manuales recomiendan que no se lleve al endemoniado a la iglesia. Ella estaba acostada en el suelo. Me di cuenta de que el demonio se había retirado porque escuché que ella dijo, claramente, "abandono". Y después de eso, se calmó. Se despertó, no sabía dónde estaba, no reconocía a los presentes. A ella no la vi más pero me enteré que se casó con Antonio. Si Susana hubiese sido una esquizofrénica estaría en el hospicio Melchor Romero."
Alguien pide permiso para entrar. La puerta se abre y una brisa imperceptible penetra en el lugar. Los cuadros con imágenes de Cristo y de María que adornan el despacho no se caen, la cruz de madera permanece inalterable. Todo sigue en su justo lugar. Es evidente que el demonio no concurrió a la cita. Iluminado con escasa luz artificial el cura firma un papel y entrega unas
llaves. La actividad en la parroquia está en marcha pero él vuelve a arrellanarse en su sillón dispuesto a continuar con la charla. Su mirada es serena. Está tranquilo.
Es sabido que el diablo, como los ángeles, no tiene cuerpo. Pero ese espíritu a veces toma formas humanas o de animales para manifestarse. Mancuso quiere demostrarlo. Se para y va directo a una de las cuatro bibliotecas que tapizan las paredes de la oficina. Mira entre los tomos de Suma Teológica, corre hacia el costado un libro de Morris West y pasa su dedo por el lomo de una antología de Becker. Hasta que se topa con ese texto que necesitaba encontrar: Exorcismo I. Allí se observan grabados en donde Satanás aparece con la forma de macho cabrío, con dos pares de cuernos y una estrella sobre su cabeza. El maldito también podría tomar el cuerpo de un perro o un sapo. Pero el cura tiene su propia imagen, aparecida hace unos años en la pared de enfrente a su despacho, en línea recta con su mirada, observada día tras día a través de una puerta ventana. "Primero fueron unos ojos diabólicos que me miraban con odio, después se le formó una especie de hocico y un cuerpo de lechuza. Como me molestaba, hice limpiar y pintar la pared. Cometí un gran error: borré la prueba de la aparición del demonio".
Con la vista fija en las imágenes, el párroco de San José dice que la intención de ese ser repulsivo es hacerle todo el mal que puede al género humano porque "lo aborrece". "Si él pudiese endemoniar a toda la ciudadanía, lo haría; si pudiera destruir el planeta, lo haría; no quiere a nadie, ni siquiera a los que practican el satanismo que son ilusos y creen que son amigos del demonio. El es enemigo de todos y nos odia a todos. Quiere perturbar, hacer sufrir, dañar." El libro sigue en su mano izquierda, la misma que usa para escribir y dar la bendición. Lo hojea, busca, muestra. Políticamente correcto a la hora de poner ejemplos, Mancuso cree que dentro de la historia contemporánea la viva encarnación del diablo fue Adolf Hitler. Pero se abstiene de dar su opinión sobre los militares argentinos. Pone el énfasis en el carácter maléfico del marxismo y sostiene que si bien el capitalismo no siempre cumple con la función cristiana de terminar con la pobreza, el hambre o las guerras, por lo menos en este mundo el hombre es libre de elegir su fe. Deja el libro, se acomoda los anteojos y agudiza la mirada; es el único momento en que se muestra disgustado. Al fin y al cabo él es sólo un cura y hablar de política no le gusta.
El prefiere remontarse en el tiempo y contar la segunda historia de endiablados que lo tuvo como protagonista a mediados de los 80. Luis, un muchacho santiagueño de 24 años, cometió el error de vincularse con alguien que le prometió dinero, mujeres, poder y diversión. Para obtenerlo, sólo debía acercarse a un lugar llamado "la escuelita" y participar de un rito satánico en el cual el diablo le aseguraría una vida plena de lujos hasta los 60 años a cambio de su alma. "No sé cómo se manifestó el diablo porque no tuve tiempo de preguntar tantos detalles, quizás a través de un brujo. Pero sí sé que una vez el demonio se le apareció en forma física, porque Luis quiso romper el pacto y Satán le dio una formidable trompada en la nariz. Para hacer el pacto tuvo que ir a "la escuelita", desnudarse y dejar que por su cuerpo subieran arañas horribles, sapos asquerosos y toda clase de bichos inmundos. Tal vez para familiarizarlo con ciertos animales que son los maestros en el infierno, muy
simpáticos para el demonio. Pero esto no lo podemos comprobar porque habría que ir hasta allí y volver. Luis empezó a tener trato con el diablo. Pero el demonio exigió hechos que no habían entrado en el pacto; por ejemplo, le pidió que matara a su sobrinito. El lo iba a proteger para que nadie se enterara. Lucifer, como padre de la sangre derramada y de la muerte, le encargaba una vida humana. El muchacho, como es libre, le dijo que no. Entonces el pacto se rompió, el demonio se le introdujo y él quedó poseso".
Mancuso se acomoda en el sillón, levanta la mirada y murmura, como para ratificar que lo que está relatando es, por lo menos, insólito: "¿Ve qué novelesco es todo esto? Si yo lo cuento en cualquier lado, me toman por un idiota. Pero Luis me lo contó a mí, el día del exorcismo, estaba tirado en el piso y me contó. Sin muchos detalles, además después no lo volví a ver", se apura a aclarar. "El demonio entró porque Luis, al hacer el pacto, le había abierto las puertas. Cuando quedó endemoniado fue a parar a un psiquiátrico en Santiago del Estero y como allá no le encontraron solución lo mandaron a La Plata. Acá tampoco supieron cómo curarlo y fue en ese momento que un médico le aconsejó que hablara con un sacerdote. El exorcismo lo hicimos en la iglesia de San Cayetano pero una primera refriega se produjo en la casa de un pariente suyo en Olmos. Luis estaba en una pieza, como un animal, era como un cerdo, dormía en el suelo, la ropa toda rota, sucio, y torcía el hocico y ponía los ojos en blanco como cuando un cerdo está furioso y ataca. Lo que más me llamó la atención fue el gruñido, no de imitación, sino que era el gruñido del cerdo que le salía de adentro. Yo lo escuché. Llevábamos un frasco con agua bendita y cuando la echamos, empezó a gruñir, salió a campo traviesa y se fue. Cuando él estaba bien pedía que lo aten para no cometer un delito. Un día que estuvo bien lo llevaron a San Cayetano y yo participé del conjuro. Una vez que el diablo salió de su cuerpo le dijo que lo esperaba en "la escuelita" porque acá le hacíamos exorcismo."
La carcajada del padre Mancuso no tarda en aparecer. Quizás sea su sortilegio contra la incredulidad, manifestada en dos ojos de asombro y un grabador que se apaga sin dejar rastros. Palabras. Historias. Como el demonio, criaturas del aire.

Mónica Marenda

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