(Nota de apertura Revista Viva – Diario Clarín - 1999).
Si algo le faltaba a Buenos Aires para pertenecer al virtual cambalache discepoliano eran los edificios torre de vivienda particular. Aunque la población porteña está estancada desde hace décadas en 3 millones de habitantes, como en el famoso cuento del huevo y la gallina nunca se sabrá si a las torres las pide la gente o si son un excelente negocio para los inversores. Desde que nació la primogénita Le Parc, la más alta, exclusiva y fashion de los últimos tres años, la ciudad fue invadida por conjuntos arquitectónicos con jardín y edificios de más de 30 pisos. Un barrio pionero en incorporar esta tipología a partir de 1960 fue Belgrano; en 20 años se hicieron alrededor de 60 torres, ninguna tan alta como las actuales, con un esquema similar: una gran plaza pública abajo, un hall vidriado y el edificio montado sobre grandes patas. "Esa fue una idea utópica porque después se enrejaron esos perímetros libres y la privacidad llegó al suelo. En Belgrano había casonas con jardines que desaparecieron para dar paso a este nuevo tramado", comenta Carlos Lebrero, Presidente de la Sociedad Central de Arquitectos. Un relevamiento aéreo de la empresa Catrel S.A. indica que hoy Buenos Aires tiene 2.187 torres, el 41% concentrado en barrios con edificios de no más de 10 pisos: Belgrano tiene 366 torres, Palermo, 308 y Recoleta, 225, en contraposición con Almagro, por ejemplo, que sólo tiene 38. La opinión de los urbanistas es unánime: las torres generan dificultades en la calidad de vida del barrio ya que tanto las vistas como las sombras invaden el espacio de los vecinos preexistentes. "El conflicto aparece cuando la torre daña la imagen del entorno dejando a descubierto medianeras que nunca más se van a cubrir. Esto se evita si el edificio tiene media manzana libre y un parque enfrente", justifica José Antonio Urgell, Presidente del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo y mentor, junto al Estudio Solsona, de las torres gemelas de 38 pisos ubicadas enfrente de Plaza Las Heras. Como en ninguna otra ciudad del mundo en Buenos Aires es prestigioso vivir en torre, quizás porque la mayoría de los edificios porteños carecen de buen aire y luz. Por eso los departamentos con todos sus ambientes a la calle son los más buscados aunque, a partir del piso 15, se coticen hasta un 100 % más caros. La arquitecta Josefina Santos, del Estudio Solsona, responsable de la construcción del complejo Torres de Abasto, opina que para los porteños vivir en altura es una cuestión de "vocación". "Esta afición se vincula con la idea de ver la lejanía, de sentirse aislado", arriesga. Aunque resulte paradójico, tanto Santos como Urgell afirman que no cambiarían sus elegantes departamentos de Recoleta, quinto piso el de ella, tercero el de él, por una moderna residencia en torre.
Mónica Marenda
Si algo le faltaba a Buenos Aires para pertenecer al virtual cambalache discepoliano eran los edificios torre de vivienda particular. Aunque la población porteña está estancada desde hace décadas en 3 millones de habitantes, como en el famoso cuento del huevo y la gallina nunca se sabrá si a las torres las pide la gente o si son un excelente negocio para los inversores. Desde que nació la primogénita Le Parc, la más alta, exclusiva y fashion de los últimos tres años, la ciudad fue invadida por conjuntos arquitectónicos con jardín y edificios de más de 30 pisos. Un barrio pionero en incorporar esta tipología a partir de 1960 fue Belgrano; en 20 años se hicieron alrededor de 60 torres, ninguna tan alta como las actuales, con un esquema similar: una gran plaza pública abajo, un hall vidriado y el edificio montado sobre grandes patas. "Esa fue una idea utópica porque después se enrejaron esos perímetros libres y la privacidad llegó al suelo. En Belgrano había casonas con jardines que desaparecieron para dar paso a este nuevo tramado", comenta Carlos Lebrero, Presidente de la Sociedad Central de Arquitectos. Un relevamiento aéreo de la empresa Catrel S.A. indica que hoy Buenos Aires tiene 2.187 torres, el 41% concentrado en barrios con edificios de no más de 10 pisos: Belgrano tiene 366 torres, Palermo, 308 y Recoleta, 225, en contraposición con Almagro, por ejemplo, que sólo tiene 38. La opinión de los urbanistas es unánime: las torres generan dificultades en la calidad de vida del barrio ya que tanto las vistas como las sombras invaden el espacio de los vecinos preexistentes. "El conflicto aparece cuando la torre daña la imagen del entorno dejando a descubierto medianeras que nunca más se van a cubrir. Esto se evita si el edificio tiene media manzana libre y un parque enfrente", justifica José Antonio Urgell, Presidente del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo y mentor, junto al Estudio Solsona, de las torres gemelas de 38 pisos ubicadas enfrente de Plaza Las Heras. Como en ninguna otra ciudad del mundo en Buenos Aires es prestigioso vivir en torre, quizás porque la mayoría de los edificios porteños carecen de buen aire y luz. Por eso los departamentos con todos sus ambientes a la calle son los más buscados aunque, a partir del piso 15, se coticen hasta un 100 % más caros. La arquitecta Josefina Santos, del Estudio Solsona, responsable de la construcción del complejo Torres de Abasto, opina que para los porteños vivir en altura es una cuestión de "vocación". "Esta afición se vincula con la idea de ver la lejanía, de sentirse aislado", arriesga. Aunque resulte paradójico, tanto Santos como Urgell afirman que no cambiarían sus elegantes departamentos de Recoleta, quinto piso el de ella, tercero el de él, por una moderna residencia en torre.
Mónica Marenda
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